Archivos para 4 octubre, 2016


Había una vez un espejo que permitía escapar de las tinieblas de uno mismo. Podría ser un cuento más o un viaje en el que adentrarse: una chica, un espejo, miedos, ilusiones, deseos, ganas, tristezas y alegrías.

La mudanza había llegado, tenía dos habitaciones para sus cosas y el resto de la vivienda compartida por horas desencontradas. No coincidiría con su compañero, viajaba y cuando estaba se recluía en su estudio o no paraba en casa. El chollo perfecto de gastos compartidos.

Alicia empezó a desempaquetar, ordenando las cajas que formaban su vida. Al recorrer un pasillo, vio una puerta entreabierta, vacía, con cortinas oscuras y una gran tela que tapaba un objeto. Una extraña y curiosa corriente la hizo avanzar y descubrir ese espejo que la reflejaba en tonalidades más brillantes. -Deberíamos tener un espejo, al que poder entrar y ver nuestra vida desde otras perspectivas-, musitó Alicia embelesada por la belleza de esa olvidada joya.

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Abstraída, al contemplarlo, escuchó el ruido de unas hojas. Se giró mirando intrigada de dónde provenía, todo estaba quieto y vacío a su alrededor, no entendía nada y al volver su mirada al espejo un pequeño conejo con traje imitaba sus gestos. Volvió a taparlo y arrastrándose hacia atrás, mientras se restregaba los ojos, salió del cuarto temblando. -¡Qué coño ha pasado!, ¿habré inhalado algo que me provoca alucinaciones?- Se fue a la cocina a coger una cerveza, no quería pensar en ese suceso.

Pasaron los días y se olvidó de la parte de la casa donde estaba el espejo; al regresar del trabajo leía, miraba alguna película y pasaba muchas horas en su cama, pensando sin pensar nada concreto. Una tarde se dirigía al baño, tenía preparado un baño de espuma relajante, música, un libro y una copa de vino, cuando escuchó: -Alicia, ¿estás ahí?.- La copa resbaló de sus manos haciéndose añicos al tocar el suelo. Estaba sola y si era una broma de su compañero no tenía ninguna gracia. Iba a recoger los cristales cuando volvieron a repetirse las mismas palabras, venía de la habitación del espejo. Con pasos silenciosos fue hasta allí; decidida destapó el espejo, en vez de su reflejo volvió a ver al conejo trajeado. Esta vez se acercó, sentada en el frío suelo quería dejarse llevar por su mundo de color, fue a tocar lo que se veía como un cristal y una fuerza la trasladó al otro lado.

Veía la habitación en penumbra en la que hasta hace unos segundos estaba sentada, ahora hierbas y flores acariciaban sus pies. Olía a vainilla, naranjas, jazmín, moras y demás aromas dulces que no lograba identificar. Seguía con su pantalón de pijama y camiseta rota, le daba igual, aquella era ella sin necesidad de fingir ni crear un personaje que gustase a la sociedad. Vio un caballete, pinturas y pinceles, en medio un lienzo con la silueta de una chica estirada en la cama. Le resultaba familiar, esos muebles, libros, ropa de cama eran los suyos. El rostro no estaba acabado, mas unas lágrimas rodaban por él. Su realidad no le gustaba, mientras una punzada atravesaba su corazón. Suspiró.

Dirigiéndose al conejo le preguntó: -¿Lo has pintado tú?-. Con una sonrisa y mirando el reloj de bolsillo, le guiñó mientras contestaba:-No, querida, es tu subconsciente quien pinta las escenas que no le gustan de tu vida. Yo sólo le guardo los cuadros. Se está haciendo tarde, vayamos a tomar un té-, mientras le indicaba el sendero que debían tomar.

Era raro, pero se sentía cómoda, tranquila mientras observaba aquel encantador lugar. Tras unos arbustos una gran mesa llena de dulces, frutas, bebidas y un peculiar hombrecillo. Llevaba un sombrero de copa arrugado por un lado, a juego del colorido y desastroso traje que le vestía. Con voz acelerada, tics en sus ojos y su boca les ofreció un asiento como buen anfitrión. Mirando a Conejo, le increpó mientras servía té y café en tazas desconchadas. -Conejo, tendrías que haberme avisado de la visita de Alicia, me hubiera puesto el traje de gala, ha sido muy desconsiderado por tu parte-, mientras pasaba de largo la taza del conejo. Alicia, intentando distendir el momento abrió la boca: -Disculpe caballero, no lo sabía ni él, ¡mire cómo voy vestida! Voy descalza, con una coleta medio deshecha, pantalones de pijama y una camiseta rota ¿y qué más da?- Mientras hacía una reverencia encima de la mesa. Las risas estallaron y el Sombrerero agradecido por su naturalidad le besó la mano.

Los minutos, horas, días y semanas trascurrían de manera diferente en este lado del espejo. Viajó por diferentes ciudades, pueblos, recorriendo mágicos parajes, conoció a muchísimas personas, animales, siempre rodeada de felicidad y buenos momentos. Echaba de menos su vida, tenía curiosidad por como andaba todo por allá. Se despidió del Conejo y del Sombrerero, prometiendo regresar en breve. Al cruzar el espejo todo seguía igual, su bañera casi lista para ese delicioso baño y frente a la puerta los cristales de la copa rota. No lo comprendía, si había estado un mes en ese fantástico mundo donde era siempre ella. Sin pensar más, disfrutó de ese cálido baño de espuma con la música de Cohen dibujando sus sueños.

Era sábado y para variar no tenía planes, mejor dicho, había rechazado una cita doble que le había preparado su mejor amiga, una tarde de callejeo, ver un par de exposiciones de fotografía y cenar en una terraza de la playa. Le daba pavor, esa era la realidad, no saber que decir, como actuar, que su torpeza la dejara en ridículo y lo peor, ¿ y si se sentía atraída por ese chico? No, no, no, ya tenía por este año el cupo de decepciones amorosas. Cogió sus pinceles y cruzó el espejo para pintar la realidad en la que siempre era ella, libre, alegre, desprendiendo desparpajo, pintando, escribiendo y disfrutando de las historias que le contaban su estresado Conejo y su Sombrerero excéntrico. Cada vez con más frecuencia cruzaba el espejo, su refugio, oasis que la mantenía alejada de su anodina y vacía vida en la que se había cerrado.

Sus nuevos amigos siempre querían más e intentaban que olvidara las obligaciones y tareas que les alejaba de ellos. Alicia no ponía pegas, aquel lugar era su hogar. Cada vez que pensaba pasar el espejo, dejaba un mensaje en el buzón de voz de su teléfono: «Si necesitáis algo, dad tres golpecitos cortos, uno largo y cuatro cortos en el espejo. Y ya veré si no me tienen ocupada entre relojes y tés». Su familia y amigos pensaban que era una broma para que le dejaran graciosos saludos mientras quería desconectar y estar a su aire.

Pero la Alicia real estaba cambiando, floreciendo, tenía más seguridad, su vida mejoraba, su mirada ya no era triste y empezaba a gustarle vivir sin cruzar al otro lado. Inconscientemente distanció los viajes con su espejo, ya no necesitaba ocultarse del mundo que le rodeaba. Pasaba poco tiempo en casa y las veces que se quedaba escuchaba como la llamaban. Intentaba ignorarles, pero se sentía culpable, habían transformado su vida y ahora ya no les necesitaba.

El espejo añoraba a Alicia, había olvidado tomar el té en horas sin tiempo con sus apreciados Conejo y Sombrerero. Ella, aunque no lo quería reconocer también los extrañaba. Abrió la puerta y el espejo estaba sucio, entelado, pasó la mano y le agarraron del brazo tirando fuertemente de ella. Cayó de bruces por la brusquedad del Sombrerero. Conejo no dijo nada. Alicia enfadada les soltó: -¿Y estos modales?, ¿así recibís a una amiga?-, con el ceño fruncido y tapándose la boca ambos le dieron la espalda, dejándola sola. Les siguió, intentado iniciar una conversación que se quedaba en monólogo. Sentados en la mesa del Sombrerero, les pidió que la escucharan. La miraban y hacían gestos de burla, repitiendo con sorna las palabras que decía, ridiculizándola, unas lágrimas cubrieron su rostro y  golpeó la mesa diciéndoles lo egoístas e injustos que estaban siendo con ella. Se levantó y regresó hacia el espejo.

Las dudas crecían como raíces en su cuerpo, se quedó sentada entre los dos mundos, no tenía claro a cual regresar, le dolía escoger pero ella sabía a que mundo pertenecía. Pasaron horas que parecían días y dejó dos cartas apoyadas en el caballete junto al último cuadro que pintó allí. Entró en su casa respirando el aroma de su nueva vida, sonriendo ante todo lo que estaba por llegar. Harta de su pasado, pintó de negro el espejo cerrando la puerta de su otra realidad.

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Alicia pintó sus labios de rojo al romperse la inocencia de su reflejo. Empezó a crecer, a crecer como mujer, dándose cuenta que a esa altura nada le daba miedo.