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Vivía en un precioso pueblo de gente muy cerrada. A pesar de sus quince años allí, seguía siendo un forastero, un inadaptado. Un mañana al despertar, los habitantes, vieron sus calles vestidas con los lienzos del forastero que aquel lugar le había inspirado durante todos esos años. Fue la despedida del que había sido su hogar…

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Esta parte me cuesta ordenarla, será debido a que intenté borrarla y la memoria cambia las percepciones con la distancia. O quizás cuando se han visto triturados tus sentimientos, seguridades y confianza, los pedazos se diseminan en recuerdos entelados.

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Pasaron más semanas y me comunicaron que un grupo de personas realizaba una cena en mi ciudad, la mayoría de personas sólo se habían tratado virtualmente. Incluso ese chico que me lo dijo tampoco tenía casi comunicación conmigo, es lo que tienen las redes sociales, conectas y desconectas con muchos perfiles y algunos se convierten en personas al contactar día tras día. Coincidió que sólo conocía a una persona, bien, no iba a estar sola, pero al resto ni los había visto pulular en el mundo virtual. Crearon un grupo donde conocernos antes del evento, imaginad a unas cuarenta personas de diferentes puntos del estado, yendo a una cena a ciegas. Sería curioso e incómodo a la hora de encontrarse y saber con quienes tienes más o menos afinidad.

Aunque sea a través de una pantalla, siempre encuentras más empatía y afinidad con unos que con otros, será por las respuestas, sentido del humor, ni idea pero es lo mismo que cuando conoces en persona a alguien. Surge o no surge el feeling y forzarlo no sirve de nada, a la larga acaba desvaneciéndose.

Ahí se crearon subgrupos donde charlar sin que salieran tropocientos comentarios quedándose muchas respuestas en el limbo. Ves que son personas reales, con sus vidas, aficiones, neófitas en este tipo de encuentros. Se acerca la cena y surgen dudas, -¿para qué voy a ir? ¿ y si me aburro? Siempre puedo probar, ir a la cena y marcharme, total, tengo a un conocido con quien charlar.- En realidad nunca he sido amiga de aglomeraciones ni de reuniones multitudinarias, pero para todo hay una primera vez.

El buen rollo era palpable, me daba cierta tranquilidad y una posible ocasión para ampliar mi círculo de amistades-conocidos en mi ciudad. Con la edad, tus amistades están emparejadas y con hijos, es más complejo conocer a gente nueva. Un par de días antes el chico que me invitó a la cena, me llamó y fueron un par de horas de conversaciones con muchas risas, todo muy fluido, como si nos conociéramos. Hasta ese mismo día mi indecisión seguía en ir o no ir. Decidí arreglarme y llegar al punto de encuentro más tarde, estarían allí un par de horas antes de dirigirse al restaurante. La tarde se había vestido con lluvia fina y el frío no había anidado en la ciudad. Mis pasos eran raros, tímidos y al entrar en el bar varias personas se acercaron sonrientes a saludarme, estaba tímida y expectante, aunque por fuera no lo mostrara. Sonreía, charlaba mientras iba conociendo a todos los presentes, faltaba gente, y al ir a dejar mi abrigo en una silla él se acercó, nervioso, con timidez aparente y tras un abrazo me susurró, -Creía que ya no venías, has tardado mucho. Llevo una hora entrando y saliendo esperando verte-. Sonriendo, hice un comentario bromeando sobre ello, noté algo extraño, ¿química?, no sé explicarlo, pero me atrajo sin más…

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Seguía observando a todas esas personas, alegres, con ganas de diversión. Me pedí una caña, estaba sedienta, hablaba con unos, con otros y lo vi sentado, apartado del resto. Me dirigí hacia ese rincón y empezamos a charlar. Seguía tímido, pero receptivo, me buscaba con la mirada cuando me relacionaba con los demás. Salí a fumar y él me alcanzó antes de cruzar el umbral, intercambiábamos frases tontas, risas, quizás hablaba más nuestro cuerpo o nuestras miradas. Había una chica que no paraba de coquetear con él, pero se mostraba esquivo, cortante con ella. Dejándole claro que no estaba interesado. Ella empezó a mostrarse quisquillosa conmigo, ignoré su actitud, pasaba de malos rollos.

Llegó la hora de ir al restante, estaba a pocas calles del bar, diseminados en pequeños grupos nos desplazamos llenando las estrechas aceras con nuestro jolgorio. Al llegar teníamos una sala para nosotros con una mesa en forma de u y por afinidad fuimos cogiendo sitio, a un lado mi amigo y al otro él. En nuestra parte se sentaron todos los que más habíamos interactuado. Bromas, brindis, diversas salidas a fumar. Fotografías haciendo el bobo, no tenía mucha hambre y el alcohol asomaba quitándome la timidez.

Aquella chica seguía en su cruzada de palabras cortantes, miradas de asco y frases retadoras de una contestación que no llegaba por mi parte. La tenía en la fila de cara, a dos sillas de la mía, mas ignoraba su absurdo comportamiento. Intenté distanciarme de él, evitando acercarme en la mesa, al salir a fumar. En un cruce del pasillo, me cogió del brazo, -¿Qué te pasa? Pareces más distante, ¿he hecho algo que te moleste?-. Sonriendo, le respondí, -Creo que tienes algo con ella y no voy a meterme-. Él, me explicó, que habían tenido una pequeña historia, pero que al verse de nuevo ese día, por su parte ya no existía nada. Tras esas palabras seguí mi camino, aunque continué yendo a la mía.

La medianoche nos abrazaba y las ganas de seguir disfrutando eran candentes. Algunos se despidieron tras salir del restaurante y el resto nos dirigimos a un pub para continuar con la fiesta. Uno del grupo había reservado una parte del local, copas y chupitos más baratos. Bien, íbamos a ponernos en breve rato. Allí empezamos a interactuar con los que no coincidimos durante la cena. Canciones, brindis, frases incoherentes, risas sin parar, fluctuando las personas, las charlas. Nos buscábamos entre esas personas, intentábamos hablar en los momentos que nos quedábamos solos, mas no duraba de dos minutos esa intimidad. No importaba, me encontraba bien en ese sarao.

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Decidí salir fuera, necesitaba respirar y ver desde otra perspectiva el transcurso hasta ese momento. Entraban y salían, comentaban banalidades, risas aromatizadas por el alcohol. A ratos, veía absurda esa locura de encuentro, demasiada exaltación de simpatía y colegueo. Empezaban los coqueteos, las miradas cargadas de deseo y yo, seguía a la mía.  Miraba a unos transeúntes ebrios de alegría, de fiesta, de una noche sin fin, cuando me dijeron, -Aquí estabas, tenía ganas de estar contigo sin tanto bullicio-. Le miré y empezamos a conversar, coqueteando. Pero duró poco, uno de los chicos se nos unió y empezaron a contar anécdotas, chistes malísimos. Se acercó un vendedor ambulante de rosas, tras unas frases de canchondeo el vendedor me regaló una rosa. Las risas aumentaron, pasado un rato, entré dejándolos con sus paridas y volví a integrarme con los demás.

Llegaba la hora del cierre y los cuerpos pedían bailar un rato más. Empezamos a decidir, los que éramos de la ciudad, la discoteca o club donde dejarnos caer. En un momento que nadie nos miraba, nos separamos unos metros de ellos, girando la calle, empezamos a bromear metiéndonos el uno con el otro. Estábamos ausentes del resto, y tras un comentario fuera de lugar a mi persona, le di una suave bofetada. Él se hizo entre risas el mosqueado, pidiendo una compensación, un beso en la mejilla. Me hice la dura, riendo, negándome y al final por insistente se lo di. Aprovechó para girar su cara y robarme un medio beso. Nos separamos y lo miré sorprendida, mientras me acercaba al grupo. Quiso seguirme, pero aquella chica lo agarró del brazo acompañada de más gente, excusándose con la mirada seguimos andando.